Fecha de publicación: Mar, 10/11/2015 - 15:21

¡QUE VIVA LA MÚSICA! ASÍ SUENA LA FELICIDAD EN LOS COLEGIOS DEL DISTRITO

Más de 4 mil niñas y niños de colegios oficiales escriben la historia de sus vidas con melodías, gracias a los centros de interés de la Jornada Completa de Bogotá que se implementan con el apoyo de los Centros Locales de Arte.

En el barrio Villemar, al occidente de Bogotá, la felicidad tiene un sonido propio. Se escucha todos los miércoles y viernes a primera hora de la mañana y quienes lo emiten son un grupo de estudiantes de 4° de primaria del colegio Integrado de Fontibón, que asisten al Centro Local de Artes para la Niñez y la Juventud (CLAN).

La felicidad suena a estas voces enérgicas, acompañadas por los ecos de la tambora, la marimba, la conga y otros instrumentos, que retumban hasta las calles vecinas. Al escucharlos, es imposible no contagiarse por la buena vibra y la alegría de este grupo de 25 niñas y niños, quienes encontraron en la música la mejor excusa para ser felices y hacer sus sueños realidad.

Siguiendo las letras de las canciones que han cautivado a públicos locales y distritales, contamos la historia del grupo de música que les cambió la vida a unos artistas de corta edad, pero de gran talento y dedicación.

“A crear, a jugar, a expresarte con libertad,

a inventar, a soñar, mundos raros de aquí a allá”

Como bien dice la ‘Canción del artista’, más conocida como ‘el himno de los CLAN’, la oportunidad de experimentar un mundo diferente se hizo realidad en la vida de las niñas y los niños que asisten a este centro de interés de música, gracias a la Jornada Completa de Bogotá, una política educativa que cambia la vida de los estudiantes a través de más tiempos y más aprendizajes en los colegios del Distrito.

En un salón con piso de madera, unas cuantas sillas e instrumentos, y algunas notas musicales decorativas que cuelgan de las paredes, la música transforma realidades, como en el caso de Juan Pablo, un estudiante de 4° grado que se desvive a la hora de tocar el tambor, su instrumento favorito.

Juan Pablo tiene 9 años y nació en Chinchiná (Caldas), donde vivía hasta diciembre del año pasado. Aunque le gustaba la escuela rural ‘El Trébol’, ubicada muy cerca de la finca, en enero llegó a Bogotá y empezó a estudiar en el colegio Integrado de Fontibón. Aquí descubrió una pasión y un talento que en el pasado jamás imaginó tener: la música.

Mientras antes pasaba las tardes trabajando en la recolección de verduras, ahora las pasa practicando canciones como ‘El mar de sus ojos’, un tema de Carlos Vives que conoció gracias al profesor Luis Fernando Hernández, quien es el encargado de materializar en este salón la apuesta educativa de la Secretaría de Educación del Distrito en alianza con el Instituto Distrital de las Artes (Idartes).

“En Chinchiná, cerca de mi casa estaban las tomateras y los cafetales, donde iba con toda mi familia y me pagaban por cada libra recogida. Hoy, en cambio, sé que lo que más me gusta es la música. Cuando llegué a este centro de interés aprendí a cantar y a tocar todos los instrumentos. Todo lo que sabemos es por el profe”, asegura Juan Pablo, convencido de que en el futuro quiere ser un maestro de música como él.

Porque en la música encontró la oportunidad de crear, inventar y soñar, este pequeño de cabello claro y sonrisa pícara espera que para Navidad su mamá pueda regalarle su propio tambor, para que así él continúe practicando en su casa.

“Soy cantante, soy actor, bailarina, artista soy

cineasta, soy escritor, pinto el mundo, soy un pintor”

Irradiando felicidad, Alisson, otra joven artista, toca la marimba, mientras entona el mambo titulado ‘Oye cómo va’. Esta y el piano son sus instrumentos preferidos. Desde preescolar, la pequeña, que está próxima a cumplir los 10 años, estudia en el colegio Integrado de Fontibón.

“Ahora lo que más me gusta es que nos traigan acá”, asegura, haciendo referencia a las instalaciones del CLAN. Allí se siente poderosa cuando tiene las mazas en las manos y logra interpretar la melodía de la canción de Carlos Vives, o cualquiera de las otras 10 que están en su repertorio, como ‘El gallo tuerto’ o ‘Mi totumita’.

“Todas las canciones me fascinan”, recalca con una risa tímida. Mientras está cantando, pero no tocando, le es imposible dejar de mover sus dedos simulando que tiene las teclas bajo sus manos, pues todo su cuerpo se pone en función de disfrutar la interpretación de estas melodías.

Haciendo sonar las láminas de madera de la marimba, Alisson fantasea con lo que es y puede llegar a ser en el futuro. “Soy cantante y también quiero ser doctora y pianista” dice con alegría, tras señalar que este centro de interés la hace muy feliz, porque nunca antes había tenido la posibilidad de interactuar con un instrumento.

Este descubrimiento de que quizás, en el futuro, podría convertirse en una gran cantante y pianista, no solo fue repentino para ella. El día de la familia, en una de las presentaciones que realizaron, su papá también se sorprendió al ver sus capacidades y las oportunidades que tiene para alcanzar este sueño.

Aunque en su casa Alisson había hablado de música e instrumentos, sólo la veían practicando con un piano de cartón paja en el que el profesor les había explicado cómo disponer las teclas y repasar las notas musicales. Por eso, la gran sorpresa llegó al verla interpretando canciones en uno de verdad.

“Mi mamá no podía ir porque estaba trabajando, pero mi papá sí fue. Yo estaba tocando el piano y él se emocionó mucho, porque nunca me había visto. Se le aguaron los ojos… ¡casi que me dieron nervios cuando lo vi!”, recuerda Alisson, con una gran sonrisa en su cara.

Como ella, sin una clase sobre teoría musical, sino aprendiendo sobre la marcha, cada uno de estos jóvenes artistas ha aprendido a tocar todos los instrumentos. Los ritmos y compases los practican mediante juegos de palabras como ‘ca-sa’, ‘ya-ca-si-to’ y ‘ju-go-de-lu-lo’, lo que hace aún más divertida esta experiencia de hacer con la música los sonidos de sus vidas.

“Le voy a mandar una carta al viento,

para que sepa que estoy contento”

Justamente, este sentimiento de alegría es el que irradian los jóvenes artistas. En palabras de Luis Fernando, el maestro y músico que hace posible esta grandiosa combinación de voces e instrumentos, “este centro de interés se basa en el amor. Trato de enamorarlos, presentándoles la música desde otro punto de vista, con mucha imaginación y creatividad”.

Por eso, en cada clase, se llevan al centro del salón los instrumentos y niñas y niños deciden cuál van a interpretar, para hacer el ensamble vocal e instrumental de una canción. Luis Fernando les enseña, pero así mismo los corrige, pues como buen músico, es muy riguroso en la práctica.

Pero esto va mucho más allá de notas musicales y pentagramas. “Se les presentó la música así: como una excusa, porque el objetivo en realidad es que ellos sean felices, se diviertan y aprendan lo que deja en ellos, la imaginación, la comunicación, la sensibilidad, entre otros. Al llegar aquí son otros. Viven súper felices. Eso es la música en sus vidas”, concluye el profesor.

Aunque el recorrido que llevan a cabo en bus desde el colegio, ubicado en el barrio Villa Carmenza, hasta el CLAN Villemar, no tarda más de 10 minutos, al escuchar a estos estudiantes hablar pareciera que hay kilómetros de distancia entre su vida diaria y la experiencia que viven alrededor de estas paredes de ladrillo en donde se promueve el arte en niños y jóvenes.

En el contexto más próximo al colegio, es común encontrar hogares disfuncionales, con situaciones económicas difíciles y diferentes casos de maltrato, como explica la profesora Claudia Ordóñez, quien no tiene duda de que a sus estudiantes la música los cambió.

“Cuando volvemos al colegio, la concentración y su rendimiento académico es otro, mucho mayor. Aquí aprendieron la alegría como una forma de pensar y expresar lo que sienten”, dice orgullosa la profe Claudia, que tiene a cargo el grado 4° en esta institución educativa.

En eso concuerda la docente Sandra Puerto, para quien es claro que “la música tiene la posibilidad de transportarlos a un mundo lejos de la vivencia cotidiana, que a veces les genera mucho sufrimiento. Este es el impacto de una educación alternativa, que les muestra múltiples oportunidades para ser felices”.

Ellos son apenas 25 niños que interpretando melodías están cambiando la historia de sus vidas. Pero en Bogotá, son 4.142 estudiantes de colegios públicos quienes asisten a estos centros de interés de música en los CLAN, como parte de un proyecto de ciudad que busca la transformación social a través de la formación integral en artes, deportes y ciudadanía. Esta es la Jornada Completa de Bogotá, una política que transforma vidas y realidades.

Por Diana Corzo

Fotos Julio Barrera

 


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