Fecha de publicación: Jue, 03/12/2015 - 16:12

EL COLEGIO DEL SUR DE BOGOTÁ QUE USA LOS ABRAZOS PARA CONSTRUIR PAZ

Las relaciones familiares y la afectividad son la materia prima de esta iniciativa del colegio Manuelita Sáenz que busca sanar heridas y aprender a perdonar.

En este colegio público de la localidad San Cristóbal, existe una clase donde madres y padres de familia aprenden junto a sus hijos a construir paz desde la sencilla pero poderosa herramienta del afecto.

Con una suave melodía y el fuego tenue de unas cuantas velas, se da inicio a la clase. En círculo, hijas e hijos se ubican frente a sus padres, cierran los ojos y ponen sus manos sobre los hombros de sus progenitores.

Marcelo Cruz, el docente que lidera la actividad, les pide a los hijos que acaricien a sus padres, que recuerden los momentos más felices a su lado y también las ocasiones en las que, quizá, por algún momento de rabia, los hayan herido.

“Este es el momento de pedir perdón”, dice Marcelo, y en cuestión de segundos los ojos de más de un estudiante se empañan y se funden con sus padres y sus seres queridos en profundos abrazos y susurros que suenan a “te amo” o “lo siento”.

“Aunque no lo creas, en estos pequeños gestos es donde empiezan los procesos de sanación de la mente, el cuerpo y el espíritu. Es allí donde empiezan los cambios reales que necesitamos para construir una sociedad en paz”, comenta Marcelo Cruz, quien desde hace cuatro años dirige estos talleres para padres y estudiantes del colegio Manuelita Sáenz.

‘Laboratorio de familias, espiritualidad para la paz’, es el nombre de esta iniciativa que bajo el proyecto de Educación para la Ciudadanía y la Convivencia, una de las apuestas más ambiciosas de actual política educativa de la capital, ha logrado mejorar las relaciones socio afectivas y cambiar radicalmente las dinámicas de convivencia de esta comunidad educativa que, como lo señala su rector, José Arnulfo Pulido, ahora  es un bastión para la construcción de paz en la localidad de San Cristóbal.

Construyendo paz desde la familia

“A veces uno hace todo por los hijos, pero muchas veces por andar embolatados se nos olvida decirles cuánto los amamos”, dice Diana Marcela Ramírez, quien desde hace poco más de dos años asiste con regularidad a este laboratorio de familias en compañía de su hijo Brayan Ballesteros Ramírez.

Mientras sostiene afectuosamente la mano de su hijo, esta madre recuerda las constantes discusiones en las que se enfrascaba con el adolescente. “Era complicado – dice Diana –, discutíamos por casi todo y no había espacio para hablar porque me iba para el trabajo, él para el colegio, y cuando llegaba por la noche ya estaba durmiendo. No nos veíamos y me di cuenta que ese distanciamiento, era la principal causa de nuestros problemas”.

En Brayan ocurría algo similar pero, por pena o miedo a sentirse vulnerable, prefería ocultar sus emociones. “A uno le dicen que mostrar lo que uno siente o ser cariñoso con la mamá es para debiluchos, entonces uno prefiere ser grosero y la embarra. De eso me he dado cuenta aquí, estos talleres me han enseñado a valorar más a mi mamá, pero sobretodo me han dado la oportunidad de decirle cuánto la quiero”, señala este joven de 15 años, que participa con entusiasmo de cada una de las actividades propuestas en el taller.

Tras la serie de abrazos y palabras de afecto por parte de los hijos, llega el turno de los padres. “Con estas vendas van a tapar los ojos de sus hijos, y con su voz y leves toques en sus hombros, los van a guiar por todo el salón de clase, ustedes van a ser sus ojos”, señala Marcelo.

Lentamente las parejas empiezan a caminar por todo el lugar y la mayoría se tropieza. “Escuchen bien las indicaciones que les están dando sus padres, confíen en ellos y ustedes papitos, confíen en sus hijos”, dice el docente, y como si fuera magia, los tropezones quedan a un lado y el recorrido se convierte en un ejercicio lento, pero fluido. “¿Sí ven que cuando nos escuchamos los unos a los otros, todo es más fácil?”, remata Marcelo.

Recuperar la confianza, volver al afecto, sanar heridas y aprender a perdonar, son los objetivos de estos ejercicios que han logrado mejorar la relación entre padres e hijos, en las cerca de 500 familias que han participado de estos talleres.

“Empezamos con estos talleres ante la necesidad de mejorar los graves problemas de convivencia que se venían presentando en el colegio, pero nos dimos cuenta que no hacíamos nada si no incluíamos en este proceso a las familias, pues los niños copian lo que viven en su casa y lo llevan al salón de clase, por eso si en su núcleo familiar hay acciones violentas, eso es lo que van a llevar al colegio y como comunidad educativa no podemos hacernos los de la vista gorda frente a esos temas”, comenta el rector del Manuelita Sáenz, José Arnulfo Pulido.

Con un total de 45 talleres al año, ‘Laboratorio de familias, espiritualidad para la paz’, se ha convertido en uno de los proyectos más queridos por esta comunidad educativa, que no teme en afirmar que de estas sesiones depende gran parte del buen clima escolar que se vive en este colegio.

“Yo de verdad siento que estos talleres nos cambiaron la vida - dice enfáticamente Nancy Cañas, madre de Deivid Salamanca-. Yo pensaba que mostrar los sentimientos con los hijos era sinónimo de debilidad y aquí me he dado cuenta de que no es así. Uno aquí abre el alma, expresa todo, se da cuenta de que puede cambiarlo todo con cosas pequeñas como una caricia o un abrazo”.

Volviendo a la raíz para soñar con un mundo mejor

Para Deidamia García, directora de Participación y Relaciones Interinstitucionales de la Secretaría de Educación, “la construcción de paz se hace desde la reflexión y participación, desde el fortalecimiento de capacidades ciudadanas, y es por eso que la paz solo empezará a construirse si cada persona toma una decisión de poder ayudar en ello y la escuela no debe estar ajena a este proceso”.

Dicha decisión ya está grabada en la mente y el espíritu de la comunidad educativa del colegio Manuelita Sáenz, que incluyó a las familias en este proceso para transformar su realidad.

“Para nosotros, trabajar la paz indica trabajar desde las raíces y las raíces están en las familias, y es por eso que queremos que haya un diálogo intergeneracional donde sea posible mirarse a los ojos y crear alternativas de comunicación basadas en la sana convivencia, el respeto, el cariño, la igualdad y la fraternidad, que a la larga son los mismos elementos que como colombianos debemos fortalecer si queremos construir una Colombia sin guerra”, concluye Marcelo Cruz.

Al finalizar la clase, las luces se encienden, la música termina y los participantes salen uno a uno del salón. A algunos todavía se les escapa una que otra lágrima, una de ellas es Diana, la mamá de Brayan, pero confiesa que son de alegría. “Es que el amor como que hace que todo sea más fácil, se camina más ligero ¿no?”, dice la madre y sonríe, con una de esas sonrisas que solo se dibujan en los rostros de aquellos que han aprendido a vivir tranquilos y en paz con ellos mismos y el mundo que los rodea.

Por Paula Andrea Fuentes

Fotos Julio Barrera


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