Fecha de publicación: Vie, 06/09/2019 - 12:17

Museo de memoria escolar del colegio San Cristóbal Sur: laboratorio de paz

Este museo itinerante de memoria escolar busca extender a toda su comunidad educativa las reflexiones que surgen en las clases de Ciencias Sociales de los grados 10.° y 11.°, a fin de compartirlas y promover escenarios de diálogo, respeto y construcción social.

Estas reflexiones, plasmadas en exposiciones que abordan y abarcan la historia del conflicto armado en Colombia, nacen de un trabajo en clase que implica la exploración de la memoria personal y colectiva de los estudiantes.

Luisa Pineda Ortiz, la gestora de esta iniciativa, es exalumna de este colegio, donde quiso adelantar sus prácticas universitarias por ser la institución educativa distrital en la que creció y gestó su proyecto de vida. Ella pronto será licenciada en Educación Básica, con énfasis en Ciencias Sociales, de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas.

Luisa Pineda Ortiz

“Esta iniciativa nace de una inquietud personal, en el ámbito académico de la universidad. Quería abordar la memoria histórica de una manera diferente para lograr la apropiación de los estudiantes, lo que requería un gancho que, en este caso, fue la parte emocional y afectiva de ellos. Entonces, detrás del museo, que es la muestra final, hay todo un proceso de formación de medio año con los estudiantes de grado 10.° y 11.°”, narra Luisa, quien también fue representante de los egresados de este colegio.

Según ella, despertar la memoria histórica implicaba un ejercicio de exploración desde adentro para poder dar sentido y propósito a la investigación de los hechos más relevantes de la historia de Colombia y motivar en los jóvenes un verdadero deseo de entender el porqué de cada acontecer histórico, a fin de generar en ellos la necesidad de transformar su realidad y la del país a partir de acciones cotidianas y simples como escuchar, respetar y dialogar.

Harol Orlando Bayona Sarmiento, del grado décimo, dice que la profe Luisa les ha enseñado, principalmente, a ponerse en los zapatos de los otros: “Por ejemplo, durante las exposiciones que damos en el recorrido por el museo, debemos tener en cuenta que algunas de las personas que lo visitan pueden haber sido víctimas del conflicto, por lo que es importante utilizar términos apropiados para no ofender ni discriminar a nadie”, explica.

Estudiantes junto con Luisa Ortiz

Esta propuesta, que cuenta con la aprobación y el respaldo de las directivas del colegio San Cristóbal Sur y de la docente encargada del área, se nutre de la formación adquirida por Luisa en la universidad y de sus experiencias en el Centro Nacional de Memoria Histórica, donde ha podido enriquecer sus conocimientos sobre museos de memoria, mediación y procesos de paz.

“El Centro de Memoria ha sacado cajas de herramientas dirigidas a docentes para trabajar memoria en los colegios. En ellas encontré la ruta que apliqué aquí y que es producto de las experiencias de otros profesores. Contiene tres fases: memoria personal, memoria colectiva y memoria histórica, que empleé con ellos porque quería hacer un tránsito inductivo que partiera de la dinámica de reconocer que todos somos seres históricos, que nuestra ciudad tiene una historia, al igual que el barrio o la localidad, y que, así como es complejo y conflictivo solucionar problemas a nivel interno, a nivel familiar, a nivel escolar, pues así mismo lo es solucionar uno a nivel nacional”, afirma Luisa, esta entusiasta aprendiz que ya ejerce con seriedad y convencimiento su vocación de maestra allí, en el colegio donde se graduó como bachiller.

Así, poco a poco, sus alumnos percibieron y comprendieron los grados de complejidad de un problema, el cual puede surgir de acciones mínimas, casi imperceptibles. Para comenzar, Luisa recurrió a lúdicas de integración grupal con el objetivo de activar la memoria personal.

“Uno de los ejercicios fue con una hoja mantequilla. Los estudiantes caminaban por el espacio con la hoja en la mano, sintiéndola, sin controlarla, mientras compartían con los otros. Luego tenían que mirar el estado de la hoja: algunas estaban arrugadas o rasgadas…, entonces las comparaba con el contacto que uno tiene con los otros. Las hojas claramente mostraban que uno siempre debe andar en el cuidado de los otros, porque uno no sabe el nivel de impacto que puede tener en los demás. Si la hoja está muy arrugada y usted la alisa, no va a volver a ser la misma hoja; ahora, si nosotros fuéramos esa hoja, ¿cómo seríamos?”, les preguntaba Luisa con el ánimo de generar en ellos una reflexión personal y, luego, grupal.

Chicos con banderas

Para pasar de la memoria personal a la colectiva, Luisa trabajó con los estudiantes el árbol de la vida: la semilla, la fecha de nacimiento; las raíces, los hechos, las personas o las fechas que más recordaban; el tronco, su autobiografía, “quién soy”, “dónde estoy”, “cómo soy y cómo estoy”; la copa, las cosas que ofrecen a los demás y los sueños; y los frutos, lo que han conseguido.

También trabajó corpogramas, cartografía corporal, donde más que dibujarse, podían identificar y ubicar sus emociones: “Cuando siento ira, ¿cómo la expreso en mi cuerpo?

Lloro, me duelen las manos, con muchos colores…; el hilo era el reconocimiento personal, indagar sobre el cuerpo, la historia y el rol social de cada uno para poder saltar a lo colectivo”, enfatiza Luisa.

El nicho más difícil de trabajar fue la casa, la familia y el colegio. “La primera pregunta era por los roles: qué rol desempeño en mi casa, en mi familia, en el colegio, ¿ha cambiado ese rol a lo largo del tiempo? Cómo, en qué consiste, qué cosas debo cumplir, por qué; las normas fueron un componente muy fuerte porque era comprender que el cuerpo es un espacio normado, la sociedad es un espacio normado, y las normas surgen para que se dé la convivencia”, especifica.

Por lo mismo, trabajaron con ahínco en la resolución de conflictos y el desarrollo emocional, a través de juegos o recursos artísticos, a fin de poner en práctica habilidades para la vida como la empatía, la escucha, el trabajo en equipo y la autoestima. “Siempre he creído que el conflicto es como una herida que cicatriza mal, siempre va a doler, y el día que uno quiera quitarla para que cicatrice bien, duele muchísimo, como la primera vez que uno se la hizo. Eso pasa al hablar de la memoria: reconocer al otro es algo que cuesta mucho y que genera mucha resistencia. Pero la clave es persistir, seguir trabajando, eso es necesario para que haya verdadero bienestar, en los estudiantes y en la comunidad”, dice Luisa con convicción.

Según Luisa, trabajar la memoria genera siempre procesos bonitos de análisis, reflexión y aporte social. En clases, vieron películas como El dador de recuerdos y documentales sobre conflicto armado, además, fueron a ver la exposición El testigo de Jesús Abad Colorado y se plantearon casos hipotéticos de conflictos personales a fin de indagar sobre formas de manejo y solución de los mismos, fomentar la argumentación lógica al explicar reacciones y actuaciones y, sobre todo, para salir de la idea de que la venganza es la única forma posible de resolver los problemas.

Estudiantes junto realizando una actividad

El resultado de todo este proceso es este museo de memoria histórica que resume siglos de conflicto armado y social en Colombia y busca promover la reflexión crítica y propositiva de la realidad del país, para aportar acciones que fortalezcan el proceso de paz por el que transitamos como sociedad, a partir de un conocimiento profundo del ser, de lo local y lo nacional.

Al respecto, Edwin Mora Quintero, estudiante de once y personero del colegio, considera que estas propuestas deberían replicarse en todos los colegios: “Estas iniciativas nos ayudan a abrir los ojos. El nombre de la exposición es ‘¿Quién es el otro?’, que nos lleva a reflexionar sobre con quiénes interactuamos, qué trasfondo tiene la otra persona, el Estado, el Gobierno, el presidente que nos representa, hasta una calle nos dice mucho con su nombre, porque puede referir algún evento histórico que pasó ahí. Esto es un aprendizaje constante que nos ayuda a mejorar como país porque, como dice la profe, cuando uno conoce la enfermedad, puede saber cómo combatirla; lo mismo pasa con el país, conocer lo que pasa tal vez nos ayude a erradicar la violencia, no sé si nosotros como generación, pero tal vez la siguiente”.

Personas viendo una exposición

A Aura Helena Mejía Sánchez, madre cabeza de familia de una niña de 13 años del colegio San Cristóbal Sur, el museo le pareció bastante completo. “Me llegó al corazón.

Demuestra cómo educan a nuestros hijos. Eso me gusta de este colegio, que les inculcan muchos valores y les dan una excelente educación. Al ver las exposiciones se di cuenta de que nos crean conciencia de que la violencia es mala, que no deja progresar, mutila la imaginación y los sueños de los niños, mutila el crecimiento personal, humano y espiritual. Este tipo de iniciativas sensibilizan”.

A su vez, José Zapata Bejarano, visitante del museo, dijo que lo más impactante fueron las huellas de unas manos pintadas con colores de la bandera, las cuales debían llenarse con los aportes de las personas para contribuir a la paz: “Yo escribí tolerancia y respeto. También me impactaron las definiciones precisas de palabras como masacre, violencia sexual, reclutamiento forzado, asesinatos selectivos, y el despliegue de imágenes que hacen referencia a las personas caídas en combate. El estudiante nos dijo que la mayoría de ellas no estaban involucradas en el conflicto armado, población civil, habló casi del 94%, algo impactante”.

Personas haciendo actividades

Él, como muchos padres y visitantes de este museo memoria, piensa que esta iniciativa influye positivamente en la comunidad educativa y, además, motiva a los padres de familia a reflexionar, junto con sus hijos, sobre lo que todos debemos hacer por la paz. Algo que vale la pena resaltar en la trigésima segunda Semana por la Paz, que se celebra del 2 al 9 de septiembre en todo el país, con el lema “Soy y somos territorio de paz”.

Porque una ciudad educadora es una Bogotá mejor para todos


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