Fecha de publicación: Lun, 07/03/2016 - 15:23

BIOTECNOLOGÍA, LA CLASE QUE CAMBIA VIDAS EN UN COLEGIO PÚBLICO DE BOGOTÁ

A los estudiantes de la jornada nocturna del colegio La Amistad, esta asignatura les brinda los conocimientos necesarios para poner en marcha grandes emprendimientos. Una historia en la que la suma de educación, ciencia y tecnología se convierte en la receta perfecta para empezar a soñar.

A las 6 de la tarde, mientras muchos regresan a sus casas después un largo día de trabajo, otros están listos para poner la mente en función del aprendizaje. Este es el caso de los estudiantes de la jornada nocturna del colegio La Amistad, jóvenes y adultos para quienes ni el cansancio ni las distancias que deben recorrer hasta la institución son un impedimento a la hora de alcanzar la meta de convertirse en bachilleres de la educación pública de Bogotá.

Algunos llegaron hasta esta institución educativa de la localidad de Kennedy  solamente por conseguir el título. Otros, convencidos de que nunca es tarde para aprender y empezar de nuevo. Eso sí: ni los unos ni los otros imaginaron que, más que lecciones de matemáticas o física, encontrarían allí una verdadera inspiración para transformar sus vidas.

De esto se dieron cuenta en el laboratorio de Biotecnología, con el apoyo de Javier Morales, un profe convencido de que, así como esta ciencia moderna está revolucionando las aplicaciones con seres vivos, la asignatura que imparte desde hace seis años debe ofrecer las herramientas para cambiar la vida de 120 estudiantes que, por diversas circunstancias, abandonaron la escuela en el pasado y hoy están dispuestos a construir nuevas oportunidades.

Para el profesor Javier, justamente, este es el objetivo del énfasis de biotecnología, que forma parte del proyecto de Educación Media Fortalecida de la Secretaría de Educación del Distrito.

“Se trata de brindar a los estudiantes, además de un conocimiento científico y tecnológico, herramientas que les permitan defenderse en la vida. Eso significa que el conocimiento científico sea útil para que ellos puedan generar ideas de negocio y adquieran capacidades ciudadanas y de convivencia”, explica el maestro.

Un laboratorio de proyectos de vida

Vestidos con batas blancas y luciendo una actitud hermética, propia de investigadores, este grupo de estudiantes, entre los 18 y los 48 años, empieza a emplear las técnicas de biotecnología aplicadas a la agroindustria. Así han comprendido que hasta la elaboración del pan que comemos a diario trae consigo procesos biológicos y químicos que pueden ser la base para tener un negocio propio en el futuro.

Además de los productos de panadería, en el laboratorio también se han analizado y fabricado lácteos, yogures, quesos, arequipes, hamburguesas y chorizos. Aunque a primera vista podría parecer más bien una clase de cocina, basta con escucharlos hablar en términos de fermentación, microorganismos y procesos semi-industriales, para entender la ciencia que se esconde detrás de cada una de las preparaciones.

Entre las paredes blancas del laboratorio, la suma de ciencia, tecnología y emprendimiento se convierte en la receta perfecta para empezar a soñar. El mejor ejemplo de ello es Giselle Potes, una estudiante de 23 años que, cuando cursaba décimo, en 2011, se retiró del colegio porque estaba embarazada de su primer hijo. Regresó al colegio cinco años después y hoy está convencida de sacar adelante su negocio familiar.

“A partir del embarazo asumí una responsabilidad, pero siempre supe que no me podía quedar ahí, sino que tenía que salir adelante. Por eso vine a matricularme a la nocturna, donde el colegio me ha dado la oportunidad de aprender para hacer realidad mi proyecto de vida”, asegura Giselle.

Ahora, los fines de semana, ella pone en práctica todo lo aprendido en biotecnología. En el sector de la zona industrial, esta joven tiene un emprendimiento de comidas rápidas, donde saca provecho del curso de manipulación de alimentos, en el que ella y sus compañeros se certificaron como parte del énfasis.

“Muchas personas salen del colegio y piensan que nada les sirvió para su vida. Proyectos como este cambian esa visión: nos empoderan y nos hacen soñar con ideas en las que la ciencia es importante. A mí me motivó para emprender mi negocio”, resalta la joven, que todos los días viaja en bicicleta desde el barrio El Amparo para continuar con su educación.

Historias como la suya abundan entre los egresados que han cursado el énfasis en biotecnología. Reinaldo Ojeda, exalumno de la promoción 2011, se graduó con la ambición de tener su propia empresa gastronómica y lo logró.

“Actualmente y con mucho orgullo saco adelante mi empresa de gastronomía llamada Tienda Puerto Colombia”, asegura desde Argentina este egresado de la educación pública, quien a los 35 años comprobó que nunca es tarde para volver a estudiar y cambiar el curso de su vida.

Generando una cultura de emprendimiento

Además de agroindustria, en donde aprenden técnicas para la elaboración de alimentos que tienen como base el uso de microorganismos, los estudiantes aprenden otros campos de aplicación de la biotecnología como cultivos in-vitro y tejidos vegetales, a través del cual es posible generar nuevas plantas en el laboratorio para luego llevarlas a la huerta y tener así aprendizajes básicos para la seguridad alimentaria.

A los talleres prácticos se suman las clases teóricas, diseñadas con base en el plan curricular de biotecnología que elaboró el profe Javier. Además, cuentan con el apoyo de instituciones como la Universidad Católica, la Universidad de la Salle, la Universidad INCCA, el SENA de Mosquera, entre otras.

José Luis Botero, estudiante de 28 años, explica que“esta es una experiencia única en la que aprendemos sobre emprendimiento y sobre tantas cosas en las que se involucra la biología y la tecnología. Es algo muy bonito que logró el profesor Javier Morales, quien nos incentiva a ver más allá de los muros del colegio”.

Para él, empleado de un restaurante, estos conocimientos se han convertido en la mejor herramienta para sortear el día a día de su trabajo. “Al comienzo solo quería terminar el bachillerato, pero cuando empecé el énfasis en biotecnología, entendí que esta es una muy buena base para convertirnos en propietarios de nuestro propio negocio”, asegura.

Así, lejos de ser una clase obligatoria para graduarse, la biotecnología se convirtió en un escenario de inclusión, un espacio en el que, con convicción, el profe Javier Morales logró que la escuela y los conocimientos científicos tomen sentido en la vida de estos jóvenes y adultos.

Por Diana Corzo

Fotos Juan Pablo Duarte


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