Fecha de publicación: Lun, 30/08/2021 - 17:44

Menos barreras para estudiantes con discapacidad es también lo chévere de volver

Además del reencuentro con sus amigas y docentes, para Camila Bautista Cantor, estudiante de 11 años del colegio Técnico Menorah, lo chévere de volver también ha sido el beneficio en su salud. Esta es su historia.

Para Cami, como le dicen de cariño, volver fue una gran noticia. Tiene recomendaciones médicas de restringir el uso de dispositivos, ya que su visión por el ojo derecho es tan solo de un 2 %, además de que no puede abrirlo y cerrarlo. Por el izquierdo tiene una visión del 75 %.

Martha Cantor, su mamá, cuenta que, a los 3 meses de nacida, notaron que giraba uno de sus ojos de manera extraña. Al consultar a un médico estrabólogo y, tras varias pruebas médicas, fue diagnosticada con una parálisis del tercer par craneal. Sumado a ello, por una sospecha de un tumor, le han hecho 8 cirugías. Lamentablemente su ojo tiene un daño irreversible.

Por esta situación, Cami hace parte del grupo niñas del colegio que tienen necesidades educativas especiales y, para su caso, ha sido una gran fortuna volver a su colegio, ya que el uso del computador causa un desgaste mayor en sus ojos, ardor, lágrimas y dolores de cabeza. Por eso, cuando llegó la noticia de volver al colegio fue de mucha felicidad para todos en la familia.

Angie Neira es docente de apoyo de inclusión del colegio y cuenta que "en el caso de Camila ha sido significativo el regreso para su proceso de enseñanza y aprendizaje ya que ella tiene dificultades con el computador por su condición de discapacidad por baja visión, el trabajo interdisciplinar de los maestros de manera individual se ha visto más fortalecido en la presencialidad".

Una historia, nuevas rutinas

Desde los 3 años, Camila ha estudiado en el colegio Menorah, le encanta todo de él y sobre todo la compañía de sus compañeras y maestros. Y, en esta época, sí que ha valorado lo que más le gusta de su bello colegio: "me he sentido feliz de volver a verlo y sentirlo, pero a la vez he tenido nostalgia por todo el tiempo que paso sin ver a mis amigas y mis maestros, pero eso no me ha quitado la felicidad de estar aquí en los salones de bachillerato".

 

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Sus padres son maestros de colegios oficiales, su hermano Santiago que está próximo a graduarse del Colegio República de Venezuela tiene 16 y es autista. El trastorno de su hermano ha sido un gran aprendizaje para toda la familia, ella lo define como "un joven muy inteligente y guerrero, y siempre trato de ayudarlo, especialmente cuando entra en crisis".

Considera que virtualmente se podía aprender y convivir, "pero es más divertido hacerlo cara a cara. Es más chévere preguntarle al profesor sin interrupciones por problemas con el internet o con la aplicación, creo que para todas es mejor venir al colegio".

Cami que es una gran líder y, además, ha estado en los primeros puestos de su salón. Ha llevado en su interior un espíritu de ayuda y solidaridad por las personas que la rodean, lo que la llevó el año pasado a aspirar a ser Contralora del colegio.

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Quedó en segundo lugar luego de una estudiante de 9º con una diferencia de menos de 20 votos, incluso con el apoyo de las niñas de 10º y 11º, "verla que venció miedos, empoderada y como líder, es una gran satisfacción para mí", expresa con gran orgullo Martha.

Hoy, de regreso a las aulas, después de un tiempo extraño para todos, de aislamiento y conexión solo virtual, las rutinas de Camila cambiaron. Para su mamá, la primera cosa que cambió es que ahora tiene una mayor motivación y desbordadas ganas por hacer las cosas. Lo muestra con su cara de alegría desde que se levanta a las 5 de la mañana, se alista y, a las 7 a.m., luego de tomar la ruta, está con toda la energía en su colegio.

Todo el protocolo de autocuidado lo hace lo mejor que puede. Lo primero es lavar sus manos, luego forma junto a sus compañeras en el patio del colegio manteniendo la distancia, recibe con las demás el saludo de los docentes e ingresa a su salón de clase que queda en tercer piso de la sede de bachillerato.

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Cami y las otras niñas del curso 601 limpian con alcohol y una toallita el puesto donde van a recibir su clase. Sentadas en los pupitres con distancia de un metro arranca las clases que van hasta las 11 a.m. con un descanso en el mismo salón para tomar el refrigerio con estrictos protocolos de consumo, que contempla el uso de antibacterial o alcohol, uso de toalla para limpiar, no hablar mientras comen y consumir primero el lácteo, al final los desperdicios se disponen para su reciclaje.

Otra de las rutinas que cambió, según Martha, es que su hija estudiando en casa "vivía en una burbuja, aislada del mundo real. Ahora está interactuando con otras cosas y personas, y viendo cómo ayudar a su alrededor a quien lo necesite". También cuenta que ayuda con las guías a las niñas que no asisten presencialmente y les cuenta de su experiencia para que se motiven también.

Estando en el salón, Camila se ubica muy cerca al tablero para poder ver lo que la profe escribe y estar muy conectada a la clase, "a veces no alcanzo a ver las letras del tablero y me toca pegarme".  

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Con mucha ilusión, Camila expresa que espera "que vuelvan más compañeras, en este momento de las 40 niñas de mi curso vienen más o menos la mitad, también quisiera ver a todos los maestros del Menorah. No quiero que otros estudiantes se pierdan lo que está ocurriendo en los colegios, es demasiado lindo para no vivirlo, anímense a volver".

¡La educación en primer lugar!


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