Fecha de publicación: Jue, 23/09/2021 - 11:04

El proyecto de robótica que se gestó en el corazón de Sumapaz

En el colegio rural Jaime Garzón hay un grupo de estudiantes y docentes que decidió construir robots desde el año 2016. El proyecto ha potenciado las habilidades científicas de niñas, niños y jóvenes desde el grado cuarto en adelante a tal punto que algunos de ellos han competido y ganado en torneos nacionales de robótica. Conozca esta fantástica historia de la educación rural.

Bogotá tiene lugares maravillosos y uno de ellos es el páramo de Sumapaz. No solo es considerado el páramo más grande del mundo y una de las fuentes hídricas más importantes de Colombia. Esa zona rural también alberga una comunidad maravillosa, entusiasta, comprometida con su territorio y con sueños tan inmensos como los 78 km2 de extensión que componen esa la localidad, la número 20 y la más grande de la capital del país.

Es una zona alejada del centro urbano de Bogotá, con paisajes bellísimos, lagunas diáfanas, montañas imponentes, frailejones y, por supuesto, sedes de colegios oficiales a las que asisten las niñas, niños y jóvenes que habitan en Sumapaz.

Al llegar al colegio Jaime Garzón, la institución educativa rural que lleva el nombre de tal vez el periodista más brillante de la historia reciente del país y quien fuera alcalde local, se puede percibir una sensación de tranquilidad y libertad propia del lugar. Sin duda esa mezcla entre academia y naturaleza le ofrece a estudiantes y docentes una sensibilidad singular.

Sin embargo, en medio de ese contexto que es netamente rural, se viene gestando desde hace 5 años un proyecto de robótica liderado por los profes Daniel Ávila y Paul Pardo, que ha potenciado las habilidades y capacidades científicas de los estudiantes del colegio Jaime Garzón.

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En principio, el proyecto se originó para el aprovechamiento del tiempo libre de las y los estudiantes de los grados noveno y décimo. No obstante, ha tenido tanta acogida que, hoy por hoy, el grupo está conformado por niñas y niños desde el grado cuarto en adelante. Su participación no es obligatoria y las y los estudiantes tienen plena libertad para proponer y desarrollar los robots.

“La propuesta nació porque creemos que hay otras formas de aprender fuera de la ruralidad y sabíamos que nuestros estudiantes tenían las capacidades para llevar a cabo el proyecto. El tiempo nos ha dado la razón y estos jóvenes tan talentosos ya han competido en torneos nacionales de robótica”, explica el profe Paul Pardo, quien es docente de Agroecología.

En el proyecto cada estudiante va desarrollando habilidades específicas que puedan aportarle al grupo. Están quienes realizan el diseño del robot, para lo cual se necesita conocer las piezas, entender sus funciones y tener una gran imaginación. De otro lado, están las y los programadores, quienes se encargan de escribir el código para que el robot sea tele operado o realice labores autónomas.

A su vez, hay estudiantes que se encargan de desarrollar el enfoque teórico del proyecto y otros que llevan el cuaderno de ingeniería, un documento que plasma en detalle el paso a paso de la construcción y funcionamiento del robot.

Este es un trabajo práctico en el que es válido equivocarse las veces que sea necesario. La experiencia nos ofrece un aprendizaje significativo porque, cuando algo del robot no funciona, el estudiante se pregunta cuál fue la razón y emplea todo su conocimiento, energía, creatividad y lógica para hallar una solución. Básicamente aprenden a solucionar inconvenientes y pueden aplicar eso en su cotidianidad”, agrega Daniel Ávila, el profe de Física.

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Estudiantes brillantes que compiten en torneos de robótica

Desde el 2016, año en el que nació el proyecto, algunos de las y los estudiantes que hacen parte esta iniciativa han competido en torneos de robótica. En estos encuentros, en los que participan jóvenes de todo el país, ponen a prueba sus robots en juegos por puntos, como lo explica el profe Daniel.

“El robot debe ser programado o tele operado para, por ejemplo, lanzar algún objeto a una canasta. El robot que consiga introducir más objetos ganará más puntos e irá pasando de ronda. Claramente el diseño del dispositivo, la programación del mismo y el cálculo que realice el estudiante que compite son fundamentales para ganar”.

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Harold Benavides, estudiante de grado noveno del colegio Jaime Garzón, es uno de los jóvenes que conforman este grupo de ciencia. Vive en un sector de Sumapaz conocido como Nazareth y el año anterior quedó campeón de la categoría VEX IQ, del torneo Robotlution Virtual League 2020.  

“Fue un torneo netamente virtual debido a la pandemia. Así que hice toda la labor de programación de manera remota y afortunadamente pude ganar. Ahora estamos desarrollando un robot para ver si podemos competir en un torneo que se va a realizar a finales de este año en Medellín”, explica Harold con algo de timidez.

Mariana Romero es prima de Harold y está cursando el grado séptimo. Es una de las mejores programadoras del grupo y quedó en segundo lugar en la categoría VEX VRC del mismo torneo. Ahora se prepara, junto con otras compañeras, para competir en el primer Festival Girl Power Latam del XIV Torneo de Robótica Extrema.

“Yo ingresé desde los nueves años al proyecto de robótica. Quería aprender algo nuevo y esto me pareció muy interesante y novedoso. Es un espacio en el que aprendo de manera más didáctica matemáticas, inglés, programación y diseño. No es la típica clase monótona sino que voy aprendiendo a medida que desarrollo el robot”, expresa.

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Tanto Mariana como Harold son beneficiarios de la Ruta 100K ‘Conéctate y aprende’ y ahora están programando en los computadores portátiles que recibieron por parte de la Secretaría de Educación. Su sueño, como el de la mayoría de las y los jóvenes sumapaceños, es continuar estudiando, ir a la universidad y aportar con su conocimiento al desarrollo de la región.

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“Con los estudiantes estamos contemplando otros proyectos que mejoren la calidad de vida y de trabajo de la población de la zona. Vamos a ver si podemos desarrollar algún mecanismo para que los campesinos puedan vigilar el ganado que está en los terrenos más alejados. Acá las condiciones de movilidad son difíciles y así estaríamos trabajando en una iniciativa por y para la comunidad”, nos cuenta el profe Paul.

Así, en el corazón rural de la capital del país, se gestan ideas e iniciativas maravillosas, lideradas por docentes y estudiantes brillantes que tienen la fortuna de habitar una zona sagrada de la ciudad y que solamente necesitan apoyo y equidad.

Ahora, con la política educativa rural que se firmó hace unas semanas y que ya está en marcha, Bogotá tendrá el inmenso reto de cerrar la brecha entre el campo y la ciudad, ofrecerle las mismas oportunidades a las y los estudiantes rurales y contribuir para generar desarrollo.

Las condiciones y la voluntad están dadas para que Mariana, Harold, sus compañeros del colegio Jaime Garzón, los profes Daniel y Paul y el resto de la comunidad educativa puedan cumplir sus sueños, tan grandes como las más de 330 mil hectáreas de extensión que conforman el páramo más grande del planeta: Sumapaz.

¡La educación en primer lugar!


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