Fecha de publicación: Jue, 19/02/2015 - 10:22

‘ÁNGELES DE LUZ’: PATINAJE SIN BARRERAS

En el colegio Rodrigo Lara Bonilla de Ciudad Bolívar, el profe Martín y sus 17 estudiantes invidentes demuestran a bordo de sus patines que la discapacidad no incapacita. Todo es una cuestión de perspectiva.

“¿Cómo va a poder patinar alguien que no ve?”. Ése fue el interrogante que el profesor Martín Forero debió responder a estudiantes, colegas, incrédulos y padres de familia para demostrar una y otra vez que no existe limitación alguna que impida a un niño hacer todo lo que desee.

Esa es la esencia de ‘Ángeles de Luz’, un grupo de patinaje de 17 niñas y niños invidentes que, tres veces por semana, ruedan al sur de Bogotá para romper esquemas, aumentar la velocidad a sus sueños y demostrarle al mundo que la discapacidad no incapacita, simplemente hace diferente la forma de percibir el mundo.

“Hay gente buena y gente mala, pero yo me quedo con la buena porque son ellas las que me animan a seguir adelante. La otra no entiende que las apariencias engañan”, dice Sandra Cañón, una joven de cabello largo y alborotado que siempre sonríe al concluir una frase.

Ataviada en una licra negra con franjas verdes, patines en línea y un casco que brilla con los destellos de la luz cuando va a gran velocidad, la joven de 16 años se desliza suavemente por entre los conos naranjas, que formando un ordenado zigzag, marcan la ruta de aquel grupo de patinadores, estudiantes del colegio Rodrigo Lara Bonilla.

Sandra se ve feliz, sonríe, no le afecta el hecho de ser invidente y mucho menos le asusta caerse, pues sabe bien que María José, la niña que está delante de ella y que toma con fuerza sus manos, son los ojos que le marcan el camino, son el sentido que le falta pero que nunca la ha hecho menos.

Transformaciones que alimentan el alma

“En este proceso nada ha sido fácil, pero todo ha valido la pena” dice el profe Martín, el responsable de lograr que desde hace dos años, niños videntes e invidentes se encuentren en un mismo espacio para aprender unos de otros en una perfecta simbiosis que hoy por hoy transforma realidades en Ciudad Bolívar.

“La gran motivación es ver a los niños rodar. Ver cómo un niño invidente, que no ha tenido la oportunidad de practicar algún deporte o de hacer algo distinto, se mueve con soltura por la pista, es algo que no se puede describir. Llega en ceros y luego no sólo patina sin miedo, sino que también se convierte en una persona más independiente y más segura de sí misma, es algo hermoso”, comenta Martín.

Para este docente de educación física buscar espacios incluyentes de aprendizaje siempre ha sido motor suficiente para apostarle al cambio, por eso cuando se enteró de las Iniciativas Ciudadanas de Transformación de Realidades (Incitar), una de las estrategias del más ambicioso proyecto de Educación para la Ciudadanía y la Convivencia que ha tenido Bogotá en los últimos años, no dudó en inscribirse.

“Todas estos proyectos sensibilizan a la población bogotana frente a procesos necesarios de integración, y eso es muy valioso, pues a veces se nos olvida que todas y todos tenemos derecho a ser, a hacer, a compartir, a estar en todo lugar, a salir adelante”, dice el maestro, quien no para de agradecer todo el apoyo que le ha llegado a su proyecto.

“La Secretaría de Educación del Distrito, el Instituto Distrital de Recreación y Deporte (Idrd), la escuela de patinaje ‘Hijos del Viento’ (de la que hacen parte los niños videntes que sirven de guía a los que no pueden ver), y los padres de familia han hecho posible esta iniciativa”, resalta el profe Martín, quien agrega que ya cuentan con estudiantes de otros colegios y con toda la dotación necesaria para que puedan practicar este deporte, por lo que su siguiente meta es conseguir una ruta que les haga más fácil el traslado a las clases que tienen lugar en el Rodrigo Lara Bonilla.

Ángeles que no entienden de oscuridad

Desde que la pequeña Danna Sofía llegó a la familia Gil Peña hace ya cinco años, solo ha traído alegría y diversión.

“A Danna le encanta bailar, ama a Carlos Vives, es curiosa, pregunta de todo y, aunque es malgeniada, es sencillo hablar con ella, es muy tolerante”, dice Rocío, su mamá, que como todas las madres del mundo, piensa que su hija es la más niña más linda que existe.

Un parto prematuro producto de una preclampsia hizo que Danna desarrollara una retinopatía de la prematurez, una enfermedad que tiene que ver con el desarrollo anormal de los vasos sanguíneos de la retina, que en casos severos como el de esta pequeña, ocasiona ceguera. Lejos de compadecerse por la situación de su hija, Rocío y su esposo asumieron la noticia con relativa calma y se dedicaron a “volver a aprender”.

“Creo que una discapacidad se complica más por la discriminación de la gente que por la condición en sí. Para mí se de trata de volver a relacionarme con este mundo de una manera diferente, ya no con mis ojos sino con otros sentidos como con mis manos ahora que estoy aprendiendo braille”, asegura Rocío mientras Danna pasa por su lado a toda velocidad.

El patinaje se ha convertido en el nuevo pasatiempo de la familia que agradece que personas como el profesor Martín sean capaces de ver primero a la persona y no a la discapacidad. “Eso cambia la cosa”, dice Ana Isabel Sánchez, abuelita de Deinny Alexandra, otra compañera de Danna y Sandra.

Para Ana Isabel llevar a su nieta – quien le dice mamá y se molesta si alguien dice lo contrario – a las clases de patinaje no fue fácil, pues confiesa que en un principio el miedo se apoderó de ella.

“Me daba pánico pensar que se podía caer, y aunque eso a veces sucede, como en todo deporte, me he dado cuenta que traerla a esta clase ha sido la mejor decisión: desde que patina Deinny es una niña más independiente, más feliz y segura de sí misma”, asegura Ana Isabel, quien aún se lamenta de que algunos padres hayan retirado a sus hijos por haberse caído en un entrenamiento: “a veces es más difícil quitarle el miedo a las papás que a los propios hijos”, concluye.

Cada una de las 17 madres de estas niñas y niños invidentes tienen una historia diferente que se une en el mismo punto: todas están convencidas de que sus hijos les han traído más luz que sombra.

Es cierto que a veces el corazón se les arruga cuando en ocasiones sus hijos llegan a la casa y les preguntan por qué otros niños ven y ellos no, pero con la sabiduría que solo da el amor, ellas les repiten una y otra vez que lo importante no fijarse en lo que no está sino en lo que se tiene, que es lo que precisamente los hace tan extraordinarios.

“Todos los niños son pequeños angelitos que están aprendiendo a volar, y en nuestro caso, estos chiquitos son los que desde su oscuridad nos dan esos destellos extra que a veces como adultos necesitamos para seguir adelante. Por eso es que esta familia se llama ‘Ángeles de Luz’”, explica con la voz entrecortada Martín.

En el año y medio que Sandra lleva rodando, lo que más le ha gustado es que ahora se siente una persona más independiente.

“Yo quiero ser una patinadora profesional, aquí hay gente que me anima y sé que puedo lograrlo”, dice Sandra mientras María José escucha atentamente y asiente con la cabeza.

Cuando a María José le preguntan qué es lo que más le gusta de trabajar con Sandra y ‘el combo’ de ‘Ángeles de Luz’, ella levanta las cejas y responde, “pues te puedo decir que ella me cae muy bien y patina chévere”, mientras con la mirada pregunta por qué los adultos complican lo que es tan sencillo: que la vida es más fácil cuando se ve con ojos de niño.

Por Paula Andrea Fuentes

Fotos Julio Barrera


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